La Herencia de Macumba. Segunda Parte
Al llegar a tierras de Enrique VIII, el guataca del capitán del barco escoltó personalmente a Mac Umba hasta la presencia del rey, a quien se la obsequió como un exótico tesoro rescatado, especialmente para él, en los mares lejanos del nuevo mundo.
Enrique VIII nunca había visto una negra tan linda en su vida. Mac Umba, con la alimentación y el cariño que le había dado el viejito médico del barco, había recuperado su lozanía y vuelto a hacer la bella niña negra que corría libre por las selvas africanas.
El rey ordenó que la bañaran y la perfumaran, le cortaran el pelo, el pusieran un camisón de seda blanco y se le dejaran en su habitación. Luego se internó con su más allegado asistente por los vericuetos ocultos del palacio real hasta el lugar secreto donde consultaba el brujo de la corte. Fue para que el brujo le diera su famoso brebaje con efecto de Viagra que le proporcionaba horas de placer. Lo malo era que como efecto secundario, al rey le daba por cortarle la cabeza a sus esposas y amantes.
Mac Umba no sabía lo que era un baño de sales y hierbas. Cuando la metieron en la tina de bronce y la rociaron con sales de baño, hierbas aromáticas y finalmente cántaros de agua tibia, la pobre negra se acordó de la tribu canival Mecomo Tumondongo, de la que había tenido que huir muchas veces para evitar caer en una cazuela parecida a la tina esa. Creyó que se la iban a comer con cubiertos de oro y sevilletas de seda …y se desmayó.
La revivieron con un poco de agua fría en la cara y un poco de amoníaco en la nariz. Las doncellas le sonreían mientras le echaban agua por la cabeza y le pasaban un cepillo por su cuerpo. Ella se tranquilizó porque recordó que los Mecomo Tumondongo no usaban ese tipo de tratamiento cariñoso con sus víctimas ni siquiera cuando los estaban embarrando de adobo.
Terminaron con el baño y sacaron de la tina a Mac Umba para enrrollarla en las mantas blancas perfumadas y tibias que usaban para secarla. Las mujeres encargadas de su baño admiraron entre sonrisitas nerviosas la exótica belleza de aquella niña de piel de onix y cuerpo firme y ondulado, un poco exageradamente ondulado en la parte nalgatorial.
Cuando Mac Umba comprendió que no iban a comérsela –al menos en ese estilo-, le dio tanta alegría que al llegar el rey con su entusiasmo de mozalbete de 20 años, la muchacha lo recibió con una sonrisa de oreja a oreja cuya centelleante blancura cegó al mocarca momentáneamente.
Mac Umba le zumba.
(continuará)
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